Érase una vez decenas de personas que habitaban el planeta Tierra, sincronizados como una tribu de afanosas hormiguitas. Día tras día la rutina nos hace de red para que nuestra configuración cerebral y para que las emociones no nos hagan conectar con la epidemia de la angustia y el vacío que padece el hombre contemporáneo.
En medio de la rutina sentimos el desgaste de las tareas acumuladas, la falta de descanso, el deseo por disponer de tiempo para situaciones que idealizamos; sin embargo, un día llegan cuatro días de fiesta y se destapa en ese ser agotado tal sintomatología que lejos de parecerse a disfrutar desvelan los cajones de nuestra vida que no encajan bien: una casa que no te es cómoda, una pareja que al mirarla te estorba su presencia, un hogar que retumba por silencio, nadie para acercarte un vaso de agua, amigas que te llaman para proponerte planes que no te apetecen porque lo único en común que comparten son las horas libres. Y sí, todo eso que tenemos sin solucionar, nada mejor que un exceso de rutina como fórmula magistral para no cruzar al otro lado dónde puedes encontrarte cara a cara con tu falta de cordura.
Si te sientes identificado con este post, agradece la rutina hasta los días que estés cansado y aprende a introducir una rutina en tus días libres, pero no esperes a que lleguen y que aparezca también una lámpara mágica.
Seguro que tienes agenda nueva, comienza a planificar desde los días festivos.