“No desprecies a nadie; un átomo hace sombra» – Pitágoras
No aceptes lo que no eliges.
Revélate.
¿En qué momento te conviertes en invisible? ¿Qué o quién te saca de tu invisibilidad? De pronto, en una misma semana, cinco personas de mi entorno me contaban que había aparecido en sus sueños. Desde la persona curiosa que me reconozco, inevitable preguntar qué sucedía en tales sueños. Solo dos alcanzaron a poder recordarlos para relatármelos. Las otras personas simplemente tenían conciencia de mi presencia, sin poder aportarme más información. Casual y paralelamente a estos sucesos, estaba teniendo una extraña semana en la que se producían encuentros muy peculiares y nada habituales. Aparentemente, yo aparecía en escenas oníricas sin tener conciencia ni intención de ello, solapadamente, aquellos cruces en el camino con ciertas personas hacían que la semana no me pasara inadvertida.
Determinados acontecimientos, aunque parezcan casualidades, no lo son tanto para aquellos que en vez de jugar al tetris nos gusta fantasear con hipótesis y nos negamos a parar hasta no confirmar nuestra teoría. Pensamos que, si nos adentramos en cada acontecimiento notablemente significativo, se convertirá en una pista que condimentada con astucia nos guarda información para avanzar en el proceso personal.
Aparentemente mi semana no estaba llena de acontecimientos diferentes que me hiciesen muy lógicos tales sucesos, si bien, esta perspectiva de la situación me ayudaba a decantarme que no era la situación la que había cambiado. Entonces recordé que el sábado por la tarde, mientras me maquillaba frente al espejo para salir a cenar ―iba con un claro objetivo―, que me vais a permitir no comparta con vosotros. Lo que sí compartiré es que como gestaltista puse conciencia en que mi objetivo necesitaba de una determinada presencia por mí parte que yo estaba dejando a un lado. Desde luego, uno no niega la presencia de una parte de su ser por puro despiste, como cuando te dejas el cargador del móvil al salir, uno niega esa parte porque en ocasiones la mejor recomendación es pasar inadvertida, pudiéndose ser esta una hipótesis, otra podría ser que, tras vivenciar situaciones similares con un final de disconformidad, pues mejor hago aún menos ruido, y… ¿por qué no?, de paso, me vuelvo un poquito más invisible y cuando pasa el tiempo resulta que olvidé que seguía allí, en ese territorio que converge en torno a lo invisible y que si no te percatas puedes estar paseando como alma errante por el purgatorio hasta el fin de los tiempos.
Confieso que descubrí que algún personajillo favoreció que yo permaneciese acomodada en la zona invisible cuando se producía ese evento, pero mi carácter hizo el resto, tal vez que la situación adquiriese estatu quo.
Os pregunto y me pregunto: desaparecer, hacerte invisible. ¿No es, tal vez, un superpoder?, Imagínate siendo transparente. Sucede la típica escena en un café, donde alguien espera a que el camarero le pregunte: “¿qué desea tomar?”, y por más que levanta el brazo a su paso, pasa desapercibido. Cuando de pronto, entra alguien que hace tal ruido con su paso apoteósico que es atendido de inmediato. En los cafés, si pasas como invisible, adquieres el poder de la escucha, tu presencia pasa tan inadvertida que tus oídos escuchan escenas como “mis padres no ven lo que necesito”, “mi jefe ni se ha dado cuenta…” o un “no quiero verte más”.
Ver y ser visto, una paradoja. En algunas circunstancias duele no ser visto por la falta de reconocimiento que puede haber tras ello. Y luego, están esos momentos que, para mí, son impagables, donde las personas nos volvemos tan trasparentes que nos tornamos en verdadera autenticidad y desprendemos un brillo con tal potencia que desde lo más remoto se nos ve y se siente nuestra presencia.
A veces, necesitamos pasar inadvertidos; a veces, ser el centro de atención. No supondría un problema si lo hacemos conscientemente, porque todos tenemos el deseo de estar ausentes, pero también el de estar presentes.
Invisible, ¿hasta cuándo?
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