Nuestros padres ya son adultos cuando nos traen al mundo. Si todo va bien, compartirán con nosotros algo más de la mitad de sus vidas. Nosotros creceremos y posiblemente nos convertiremos en la pareja de alguien cuya existencia ignoramos durante mucho tiempo (casos excepcionales son las parejas que ya desde el cole compartían contexto). Tal vez al emparejamiento le seguirá el nacimiento de los propios hijos. Para esta pareja en edad media será imposible compartir el inicio de sus propias vidas, su crecimiento, con sus pequeños, que solo los conocerán ya de adultos.
Este ciclo que se repite una y otra vez da lugar a la cadena de generaciones que conforman la saga o clan. Es la relación de hermandad la que desafía a esta cadena y permite que los hermanos compartan una misma generación dentro del sistema familiar.
La intensidad del vínculo entre hermanos dependerá de múltiples factores. El lugar que ocupe cada uno en el orden de nacimiento y las circunstancias que acompañaron al mismo, como el momento emocional en que la pareja se encontraba cuando el niño nació o qué deseo había tras la decisión de engendrarlo… marcarán el guion vital de cada uno de los hermanos.
Más allá de que cada hermano consolide un carácter específico dentro de ese sistema familiar y encuentre un lugar único para expresarlo, el vínculo fraterno comparte la historia y la cultura de una misma familia. En este vínculo descansa una gran oportunidad de aprendizaje. Un ejemplo: Si nos preguntamos cómo ha sido la convivencia con nuestros hermanos, seguramente nos daremos cuenta de que en la actualidad estamos reproduciendo esos mismos patrones en relaciones que establecemos con personas cercanas, o incluso de nuestro ámbito profesional.
En el vínculo de hermanos nacen las posibilidades de compartir, encontrar apoyo ante situaciones difíciles o aliarse para conseguir objetivos, aspectos positivos que podemos reproducir en relaciones futuras, puesto que ya los construimos en la hermandad. También es caldo de cultivo de rivalidades, contradicciones y rechazos. Si este es el caso, en un futuro podrá ser necesario elaborar terapéuticamente un vínculo más sano con el objetivo de dejar de ocupar el lugar del rechazado, del agredido, etc.
El vínculo entre hermanos no se puede estudiar de manera aislada. Está influido por la relación con los padres, muy activos a modo de engranaje en la relación de hermandad entre sus hijos. La propia posición que, como hermanos, los padres ocupen en sus sistemas familiares marcará la actitud que asuman en el vínculo que se está generando
entre sus hijos.
Pongamos como ejemplo a un padre que ocupa el lugar de hijo pequeño en su sistema de origen. Puede que, de adulto, comente repetidamente que siendo niño solo le llegaban sobras de sus hermanos mayores —con la ropa, por ejemplo—. Tal vez con este discurso, el padre quiera inconscientemente reparar esa carencia en su hijo pequeño, o lo haga mostrando un trato favorable hacia él o consintiéndole más caprichos. La consecuencia es que el hijo mayor acaba enfadado con su hermano pequeño al sentir que el trato no es igualitario para él.
Me aventuro a lanzaros la siguiente pregunta: ¿Cómo han influido tu hermano o hermanos en tu vida? O: ¿Cómo te ha influido no haber tenido hermanos? Y, tristemente: ¿Cómo te ha influido perder a un hermano?
Tener hermanos te habrá podido servir de antidepresivo, de maestro o de enemigo; influye tanto como los genes o el entorno. El amor o la hostilidad que hayas recibido de tus hermanos participarán de la creación de tu estructura psíquica y de tus relaciones íntimas y sociales. Dado el tiempo que hemos pasado con nuestros hermanos en la infancia, el vínculo con ellos es imperecedero y permanece más allá de los nuevos núcleos relacionales, lo que hace muy sencillo retomarlo cuando nos volvemos a encontrar.
En psicoanálisis se denomina complejo fraterno al «conjunto organizado de deseos hostiles y amorosos que el niño experimenta respecto a su hermano». Tiene varias funciones, entre ellas compensar los actos fallidos de las funciones parentales, encubrir o desmentir actuaciones generacionales. Con frecuencia son los propios padres los que se interponen en el vínculo entre hermanos («divide y vencerás»); de este modo impiden lazos de solidaridad que fundan un poder horizontal para contrarrestar el abuso de poder vertical.
El complejo fraterno pone límite a la ilusión de unicato o exclusividad. Aquellas personas en las que subsiste un complejo fraterno no sanado permanecerán en una fantasía de rivalidad con sus semejantes y se identificarán con el papel de quien debe ser humillado para hacerse ver.
Dependiendo de su lugar en el orden de nacimiento, cada hermano se sentirá víctima de unas protestas específicas y se le otorgarán unos determinados beneficios que frecuentemente pueden ser el objeto de no sentirse el elegido, es decir, el único.
Lo anteriormente descrito pertenece al modo más tradicional en el que durante años se ha estructurado el concepto de familia, formada por mamá, papá y los hijos. Sin embargo, los últimos cambios sociales han traído nuevas configuraciones familiares: dos papás y sus hijos; dos mamás y sus múltiples opciones (que permite la combinación de gametos); familias en las que mamá ya viene con un hijo, o papá con otro, y se produce un nuevo nacimiento (los hermanos solo tienen en común a uno de los progenitores)… o la creciente tendencia al unicato, al hijo único, donde voy a poner el foco, cuestionando la relación con los medios tecnológicos como sustitución al vínculo de hermandad.
Meil Landwerlin (2006) encuentra la familia inmersa en una profunda transformación por los cambios en el estilo de vida, que incrementan en Europa los hijos únicos, con España liderando la lista del unicato. Esto implicará un profundo cambio social por la ausencia de la relación de fraternidad que se establece entre hermanos. El tamaño de los hogares españoles ha disminuido en los últimos treinta años, pues de una media de cuatro personas por hogar hemos pasado a una sola, a comienzos de siglo. La instantánea en España es la de una familia reducida, aunque su ritmo de decrecimiento parece haber tocado techo. La teoría de la reproducción de Gary Becker explica que las familias españolas han optado por invertir, ya no en tener hijos, sino cada vez más en ellos, hasta llegar a límites inauditos. La posibilidad de crecer sin hermanos aumenta cada día. El vínculo con los hermanos permite crear un lugar donde depositar y explorar muchos sentimientos y emociones, en contraposición con aquellas personas que no viven la fuerza del vínculo de hermandad, y que son cada vez más. Una modificación del sistema familiar que está dando lugar a concepciones cada vez más individualistas.
Utilizando el simbolismo gestáltico de la silla, diría que una única silla puede representar soledad, mientras que dos sillas dan para tener una relación. Dos o más individuos en dos o más sillas posiblemente den lugar a una conversación, y un individuo en una sola silla tal vez favorezca la comunicación con una comunidad virtual. Más de un lector podrá recordar su infancia jugando en el patio o en la calle con sus hermanos; si ahora miramos a nuestro alrededor veremos sobre todo niños jugando solos con un dispositivo digital.
Antes nuestro mundo se construía entre conversaciones surgidas en la relación de hermandad, con los valores que conlleva estar plenamente presente y sentir que el otro también lo está. Ahora, por el contrario, caminamos hacia una vida de comunicación indirecta, en que la tecnología no favorece la experiencia de ser comprendido y escuchado, lo cual causa dificultades para desarrollar la empatía. En muchas situaciones, la cura para momentos difíciles ha sido la conversación y el apoyo de los hermanos. Allí donde el vínculo era íntimo, ahora se corre el riesgo de que se convierta en superficial.
En una infancia con hermanos la interacción se hace inevitable: esperas para entrar al baño o para que te pongan el vaso de leche antes o después que a tu hermano, deseas o detestas heredar su ropa… Son solo algunas de las escenas que pueden tener lugar mientras creces entre tus hermanos. La relación que construyamos con ellos puede ser un espacio de amor y confianza, o de hostilidad y rivalidad. Sea como sea, nos enseñará a elegir un lugar en la vida y a configurar un espacio propio.
¿Y qué sucede con los hijos únicos, que crecen sin relación de iguales dentro del hogar familiar? Su única opción de encontrar iguales serán los primos y los amigos. Y, dado que en nuestro ritmo cotidiano el medio de comunicación más frecuente es el digital, ¿dónde queda la posibilidad de expresarle en tiempo real a tu hermana o hermano las dudas, los miedos o las satisfacciones que estás viviendo? Parece que en muchas ocasiones no queda otro lugar para depositar estas emociones que los muros de facebook o de instagram que, si bien te exponen a miles de personas, crean una ilusión de hermandad que se barema en número de likes recibidos. Pero ¿suplen al sexto sentido de un hermano que sabe que te sucede algo aunque no se lo hayas contado? Nos enfrentamos a la superficialidad de lo digital en contraposición a la intimidad del momento presente
(Bauman, 2005).
¿Qué es lo específico de la relación entre hermanos? ¿Y qué aspectos quedan por cubrir en aquellos que no tienen? De la experiencia encarnada entre dos hermanos surge parte importante de la propia identidad; sin embargo, en el mundo moderno esa experiencia se comparte con toda una comunidad, y ya no es de fraternidad sino digital.
Y pregunto: ¿Hacia qué sentido apunta este mapa que nos habla de la sustitución de la relación de hermanos? Parece que ir al encuentro de la comunidad digital como depositaria de nuestra expresión emocional nos encamina a una zona de tránsito, en que las fronteras de la relación articulan vínculos fuera de la tradicional relación de hermanos.
Subyace la necesidad de vincularse con los hermanos, y las tendencias del hijo único y de las nuevas formas de comunicarse están dibujando un mapa nuevo en el modo de expresarse y proyectarse al mundo. Pareciera que, mediante las relaciones digitales, los niños que no tienen hermanos reconstruyen un lugar para legar, admirar y experimentar una larga lista de emociones y situaciones.
Desde el paradigma gestáltico ponemos atención al poder de la experiencia y a que la persona atienda sus necesidades, mediante un recorrido que denominamos ciclo.
Poniendo la atención en la necesidad de comunicación entre iguales de los hijos únicos, una vía de actuación por los padres sería que, del mismo modo que favorecen que sus hijos asistan a actividades académicas y deportivas, que otorguen un espacio en esta vida moderna tan ajetreada para que se comuniquen con sus primos o amigos utilizando más espacios presenciales que digitales. Miles de conversaciones whatsapp no sustituyen a media tarde de juegos y conversaciones que se dan entre iguales cuando se comparte el espacio físico. Y así como el niño asiste a actividades académicas para su formación intelectual, también es necesaria la atención y calidad de los vínculos para su desarrollo emocional.
Bibliografía
Bauman, Z. (2005). Vida líquida, Paidós, Barcelona.
Espinal, I., A. Gimeno, y F. González (2006). «El enfoque sistémico en los estudios sobre
la familia», Revista internacional de sistemas, 14, 21-34.
Kancyper, L. (2002). «El complejo fraterno y sus cuatro funciones», ponencia en el XXIV
Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, de FEPAL (Federación Psicoanalítica de
América Latina), sobre Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica,
Montevideo.
Meil Landwerlin, G. (2006). Padres e hijos en la España actual, Fundación La Caixa,
Colección Estudios Sociales, Barcelona.
Destacado:
España lidera la tendencia a los hijos únicos. Si miramos a nuestro alrededor veremos
niños jugando solos con un dispositivo digital.
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