Parece ser que ya no son tan efectivos sus servicios. Desde tiempos inmemorables, la flecha de Cupido era esperada por millones de futuros amantes. Es un hecho que no existe en este mundo ―y me arriesgaría a decir: tampoco en todo otro mundo posible― un personaje que tenga la responsabilidad y el buen criterio que tiene nuestro protagonista.
Dicen las malas lenguas que el paso del tiempo desgastó su efectividad y el toque de la preciada flecha no era tan duradero. Nuestros padres, abuelos y más allá, luego de ser alcanzados por este destello punzante, tenían asegurados años y años de felicidad absoluta (esto no es un hecho, pero… por ahora lo dejaremos así).
El trabajo de Cupido siempre fue bastante simple ―por lo menos, esto era lo que él decía a sus amigos―. Hacía un recuento diario de los corazones solitarios, corroboraba un par de coincidencias y… ¡zas! Lanzaba la flecha del amor que marcaría la unión de por vida de los elegidos. Aunque les parezca una tarea difícil, Cupido ya contaba con la experiencia suficiente y le bastaban unos pocos días de seguimiento para darse cuenta si los candidatos eran la “media naranja” tan esperada.
¿Hace falta que les diga que la tecnología complicó seriamente la labor de este ángel del amor? Por más que se actualizó, modernizó, tomó cursos online y googleó todo lo concerniente a las nuevas tendencias, no logró mantener el espíritu, la raíz ni el sentido original del momento en el que la flecha sale del arco para tocar mágicamente los corazones elegidos.
Ante tanta desazón, decidió consultar con un terapeuta amigo (gestáltico, por supuesto) cómo encarar este terrible pesar.
Nervioso ―era su primera vez en terapia―, y ante la mirada amigable pero atenta del profesional, Cupido desnuda su alma…
Relata que siempre fue un ángel muy seguro de sí mismo, con una gran autoestima, cómo no tenerla, dijo ser valorado en el mundo del amor, ser dueño de una reputación intachable y de una eficacia indiscutible; pero que hacía ya varios años sufría de graves dudas en el preciso momento de lanzar la flecha, en ese preciso momento, justo y nada más ni nada menos que en ese preciso momento. ¿Por qué dudaba? Porque ya nadie quería ser una media naranja, había que ser la naranja entera; que solo quiero divertirme, aunque no me esté divirtiendo tanto; que mejor solo que agobiado; que nada de compromisos, pero quiero que me amen; que no me gusta que me llame, pero si no me llama, seguro que no le gusto; que prefiero una aplicación porque me quedo o descarto corazones solitarios como si fueran figuritas de un álbum; que no me hizo sentir mariposas en el estómago; que tengo sexo en la primera cita porque no quiero perder el tiempo, que nunca logro tener la oportunidad de llegar a conocernos mejor; que la convivencia destruye la magia; que si antes era: no quiero quedarme “sin el pan y sin la torta”, ahora es: quiero “el pan, la torta y al panadero”. Y así, dijo poder seguir enumerando cientos de razones causantes de su frustración. Entonces, cada vez que creía haber encontrado a la pareja perfecta para su nuevo lanzamiento, comenzaba a sentir un poderoso temblor en la mano que le impedía llevarlo a cabo. Y esta era, básicamente, la razón por la cual se notaba una disminución preocupante de parejas en el mundo. La gente ya no era tocada por su flecha, Cupido era el responsable absoluto de la falta de vínculos amorosos. Refirió estas textuales palabras: “estoy deshecho, los nervios me consumen y la culpa no me deja dormir”.
El terapeuta había escuchado en silencio a nuestro desesperanzado alado y, escogiendo cuidadosamente las palabras, diagnosticó: ataque de angustia.
Parece ser que Cupido podría estar sufriendo miedo de no ser tan certero en sus elecciones, debido a algunos prejuicios que lo estarían llevando a etiquetar a los nuevos posibles amantes. También, le habló de la expectativa que estaría depositando en cada flecha disparada, viviendo como un fracaso personal cuando el barco no llegaba a buen puerto, sin descartar todas aquellas veces que ni siquiera zarpaba.
“Le propongo, querido amigo ―dijo con una voz prometedora de solución―, un cambio de perspectiva. El amor no es un juego inalterable. Desclasifique el tú eres… Acepte que la relación puede durar o no. Siga su instinto, regálele a la gente la oportunidad de elegir sincera y honestamente con quien quieren pasar su vida. Equivocarse es parte de esa elección y, recuerde, que no elegir también es elegir. No se inhiba, no se angustie y dispare. Luego, que cada uno tome su proceso personal y camine su camino”.
Cupido tiene por delante el mayor reto de toda su larga y aclamada existencia. Expectantes e ilusionados estamos todos aquellos que deseamos su pronta recuperación. No se sabe a ciencia cierta, pero se sospecha que hay un movimiento que crece con la intención de devolverle a nuestro ángel del amor algo de toda la felicidad, la magia y el misterioso compromiso que supieron transmitir sus flechas. No sé si será verdad o no; pero he escuchado por ahí, que se los reconoce por la leyenda: “No perdamos a Cupido. Luchemos por su regreso, peleemos por su pasión”.
A pesar de que esta lucha sería apoyada por millones de miradas cómplices y por un mundo repleto de gente que ama soñar, arriesgarse, confiar, descubrir, sonreír y sorprenderse con lo que encuentran a su paso, nadie ―hasta ahora― se ha acreditado su autoría.