Acoso escolar y bullying: de la adquisición de consciencia a la acción

La problemática del acoso escolar ha existido desde antaño, cuando era desatendida. Como sucede con otros muchos temas de índole psicológica, no se detectaba por la falta de información cualificada por parte de profesionales, familiares y los propios afectados. Es de vital importancia remarcar que los adultos y autoridades que giran en torno al menor ostentamos la obligación de proporcionarles un entorno seguro.

Hasta hace unos años, el acoso escolar era tratado como casos de abuso dentro de las aulas y que se desatendían por falta de protocolos e intervenciones adecuadas. También sucedía que estos hechos se escondían por miedos de diversa índole, siendo el más común que el menor se acabase convirtiendo en «el garbanzo negro» de su círculo. Ahora, todos sabemos que, tanto de forma individual como social, silenciar una situación así nos convierte en cómplices y abusadores.

La Declaración Universal de los Derechos del Niño recoge el derecho de todos los menores a gozar de un sistema educativo y a desarrollarse como personas en las condiciones saludables y de seguridad. Por lo tanto, está claro que el acoso escolar está vulnerando este derecho inalienable de la infancia.

Acoso escolar y bullying


Aunque los tres términos puede parecer que hagan referencia a un mismo concepto o problemática, si profundizamos en su etimología, veremos que tienen matices distintos.

Así, el concepto de bullying proviene de la palabra inglesa bully (matón). Nos indica la existencia de un matón que acosa y podemos intuir que la víctima puede ser un sujeto al que excluyen de todo un grupo. Por su parte, la traducción al inglés de la expresión acoso escolar es harassment o peer harassment, lo que nos indica que el acoso se da entre iguales.

La Fundación ANAR estima que uno de cada cuatro alumnos sufren acoso escolar. También establece que seis de cada diez menores que sufren esta problemática no son adecuadamente atendidos por el centro escolar. Los motivos que más frecuentemente causan este asedio son el aspecto físico (56’5%) y las cosas que hace o dice  (53’6%). En el 72% de los casos, el acoso suele llevarse a cabo por parte de varios alumnos, destacando el alarmante incremento de las agresiones en grupo.

No obstante, tampoco debemos olvidar el ciberacoso que suele afectar a más de una persona y que se suele dar más a menudo en WhatsApp (66%), Instagram  y TikTok.

Y, ¿Ahora qué?


Es en el presente cuando estamos adquiriendo mayor sensibilidad en torno a esta problemática y para cuidar emocionalmente de la infancia y de la adolescencia en las aulas. La experiencia del acoso escolar se presenta en muchos niños y de diversas maneras: abusos, insultos o incluso el daño físico. Esa experiencia de malestar  en algunos casos concluye con un suicidio, siendo este la única posibilidad que el menor encuentra para acabar con su sufrimiento.

Debemos ser conscientes de que una de las responsabilidades que tenemos es la prevención de estas situaciones. Para ello, como en el resto de tipos de violencias, debemos poner el asunto sobre la mesa dispuestos a buscar la solución.

Es necesario que los centros escolares cuenten con protocolos que apoyen a los acosados. Y es que, en muchas ocasiones, la situación también concluye con el traslado de centro del menor. Por lo tanto, la persona acosada se convierte en víctima de la propia institución educativa y víctima de sus compañeros de clase.

La prevención y la detección temprana son la clave y los ciclos de educación primaria son la etapa idónea donde empezar a trabajar, fomentando valores como el respeto a la diversidad y la inclusión. Por supuesto, el apoyo parental y los programas que garanticen la seguridad de las aulas son también fundamentales en el fomento de la salud emocional del alumnado.

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